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ES TIEMPO DE VIAJAR

Algunos nos iniciamos en los misterios del Tíbet a través de HERGÉ y su caricatura “Tintín en el Tíbet”. Allí encontramos los primeros ingredientes del mito: nieves perpetuas, monasterios perdidos, telepatía, lamas que levitan y tienen visiones, y hasta al mismísimo yeti.

AL ENCUENTRO DE EL TÍBET

Algunos de esos hechos increíbles volverían a hacernos soñar con la ficción de Lobsang Rampa, la supuesta autobiografía del niño monje que se convierte en lama y, gracias a la trepanación de un tercer ojo, es capaz de percibir el aura humana. Los viajes astrales, el encuentro con el yeti, la huida del autor hacia Occidente y la transmigración final de su espíritu en el cuerpo del inglés Cyril Henry Hoskin alimentaron la trilogía de “El tercer ojo”, “El médico de Lhasa” y “La historia de Rampa”. El Tíbet llamaba. Azuzado por la curiosidad hacia aquella cultura con capacidades sobrenaturales, buscaba más información. Entonces vendrían los relatos de grandes exploraciones: el francés Michel Peissel rompiendo los tabúes en “Mustang, reino prohibido del Himalaya”; Heinrich Harrer y sus “Siete años en el Tíbet”; o John Hunt y “La ascensión al Everest”. Lectura tras lectura, alimentábamos el imaginario particular y preparaba las alforjas para partir algún día, también nosotros, en pos del Tíbet secreto.
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El primero en describir las maravillas que sucedían en el Tíbet fue Marco Polo: sus Lamas fueron poderosos astrólogos y nigromantes que subían al tejado del palacio de Khubilai Khan para ordenar a la lluvia que se apartara, y durante los banquetes hacían volar las copas de oro llenas de vino hacia las manos del Emperador. La crédula Europa recibió las primeras noticias sobre los misterios del Techo del Mundo en 1299.El primer círculo, la simiente del mito estaba sembrada. El siguiente circulo lo protagonizaron misioneros como Antoni De Monserrat, el primero en trazar un mapa del Himalaya y del Tíbet en 1581. El jesuita Ippolito Desideri, llegó a Lhasa en 1715 y escribió sobre el Karma y las reencarnaciones. El religioso capuchino Francisco Della Penna, el “Lama de la Cabeza Blanca”, escribió un diccionario tibetano - italiano con 33.000 palabras. El Tíbet había entreabierto sus puertas lo justo para suscitar el interés. Era un lugar extraño y tenía un acceso casi imposible. En los años 1800, británicos y rusos libraban su gran juego, y comenzaron a despachar exploradores hacia el gran vacío en los atlas que era el Tíbet. Los británicos apostaron por espías indios camuflados de peregrinos, quienes trazaron los primeros mapas fiables. Los rusos enviaron al explorador Nikolai Przhevalsky, quien intentó alcanzar Lhasa hasta cuatro veces entre 1870 y 1881, sin conseguirlo; y al monje budista Agvan Dorjiev, un mongol buriato que llegó a ser consejero del Dalai Lama. Alarmados por esta influencia, los británicos enviaron una expedición militar desde la India en 1903. Dos mil soldados tibetanos intentaron detener a los invasores, armados con vetustos mosquetes e inciertas artes de magia; en cuatro minutos, setecientos tibetanos murieron ante los avergonzados británicos, que no sufrieron ninguna baja. Los invasores entraron en Lhasa, forzaron un acuerdo que les daba derechos comerciales exclusivos y se marcharon, dejando atrás una legación permanente. (continuara..)

AL ENCUENTRO DE EL TÍBET

Hay lugares que se marcan en tu imaginario, que te llaman en silencio, pero con premura. He sido afortunado: pude conocer El Tíbet.

6/26/2018

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